Por María Camacho Gavilán, graduada en Pedagogía y estudiante del Máster en Igualdad y políticas de Género de la Universidad de Valencia
Ser madre implica una gran transformación en la vida de toda mujer que, si no es consciente, puede llevarla a olvidarse de sí misma. Por eso, en este post pretendo destacar que una mujer puede ser una gran madre sin dejar de ser la gran mujer de su propia vida.
“Madre solo hay una”, “el amor de una madre es incondicional”, “primero soy madre antes que ser mujer” son solo algunas de las frases más populares que escuchamos en torno a la maternidad. Ello se debe a que en la construcción del género femenino se ha establecido que las dos cosas más importantes en la vida de una mujer son sus hijas e hijos y su pareja. En el papel de madre, la mujer debe sacrificar sus metas, deseos y tiempo para cumplir con el rol impuesto por la sociedad. Si eres una mujer que se sacrifica a sí misma por el bienestar de sus hijas e hijos, la sociedad te dirá que eres una buena madre. Sin embargo, tal vez no te juzgue del mismo modo si dedicas tiempo para ti, o simplemente, no desees dar a luz.
La maternidad ha sido un tema difícil para el feminismo. El binomio mujer-madre impuesto por la sociedad patriarcal ha hecho que una parte muy significativa del feminismo rechazara la maternidad y la negara. Como afirmaba la escritora feminista egipcia Nawal El Saadawi, “las mujeres son esclavas de la maternidad. La maternidad es una cárcel”. Para algunas feministas, ser madre es una maldición. Sin embargo, lo que hace de ella una pesada carga no es la maternidad en sí misma, sino el sistema patriarcal donde se inscribe.
El ideal de madre no es resultado de nuestra capacidad biológica para gestar, dar a luz y lactar, sino de una concepción cultural y simbólica que construye la identidad femenina de manera única y homogénea en torno al hecho de ser “mamás”. Se trata de un arquetipo de maternidad, en el que todos los posibles deseos de la mujer se concluyen en uno: el de tener criaturas y sacrificarse por ellas de por vida. Un imaginario materno que se ha reproducido desde hace siglos y sigue estando muy vigente. El patriarcado ha secuestrado la maternidad, y la ha utilizado como una herramienta para subordinar a las mujeres.
Aceptar la “maternidad patriarcal” como la única posible significa renunciar a una perspectiva feminista de la misma. Por otro lado, negar la maternidad implica dar la espalda a todas esas mujeres que tienen hijas e hijos, dejándolas sin referentes feministas. Por lo tanto, no se trata de idealizar la maternidad, ni de tener una mirada romántica ni esencialista, ni de rechazarla, sino de reconocer su papel fundamental en la sociedad, otorgándole valor y contemplando su carácter opcional.
Pero, si deseo ser madre, ¿cómo es posible serlo sin dejar de ser mujer?
Para responder a esta pregunta es fundamental comprender lo siguiente: antes de ser madre, eres una persona. Como individuo, tienes necesidades que ni tus hijos e hijas ni tu pareja pueden satisfacer totalmente.
Para saciar las necesidades individuales es necesario que recuperes tus espacios individuales, que busques la manera de conciliar tus obligaciones con tus necesidades como persona. Debes cuidarte y dedicar un tiempo a lo que te pide tu cuerpo. Esto es de vital importancia pues, para ser mejor madre, debes de cuidar primero de ti misma. ¿Podrás cuidar de otras personas, si no lo haces contigo? Por esta cuestión, si lo deseas, busca ser madre sin dejar de ser mujer.
Si mi cuerpo es mío, lo es también para decidir si quiero ser madre, y escoger cómo quiero vivir el hecho de serlo de una manera libre, igualitaria y empoderadora. Hay vida más allá de la “maternidad patriarcal” impuesta.